La clave para Matrimonios y familias felices

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Introducción

Muchos matrimonios y familias están en necesidad desesperada de reparación, especialmente en esta sociedad occidental donde tenemos ciclos interminables de matrimonio – divorcio y segundas o nuevas nupcias. Vivir juntos sin estar casados se ha convertido en la norma aceptada, mientras que matrimonios sanos y duraderos y familias sólidas y felices son excepciones notables.

¿Por qué encontramos matrimonios en tal estado de desorden en esta sociedad occidental, hoy? Primero, comprenda que las relaciones humanas en la vida son producto de los principios que aplicamos—si aplicamos principios incorrectos, obtenemos malos resultados y si aplicamos principios correctos, obtenemos buenos resultados.

Entonces, ¿hemos pasado por alto claves vitales que desbloquearían la comprensión de cómo producir matrimonios y familias felices? En efecto, lo hemos hecho!

Sorprendentemente, estas claves no son nuevas. Han estado disponibles, en forma escrita, durante miles de años. Simplemente no han sido descubiertas ni comprendidas, y mucho menos practicadas. Y muchos que encuentran estas llaves, las “pierden” nuevamente por no tener plena consideración al aplicarlas a sus vidas.

Estas claves importantes se pueden encontrar en un libro que ha sido propiedad de más personas que cualquier otro libro. Ese libro es la Santa Biblia—la Palabra de Dios impresa. ¡Sí, el conocimiento de cómo tener matrimonios felices y duraderos, y familias exitosas y unidas viene directamente de nuestro creador! Para demasiadas personas los pasajes relevantes a las relaciones humanas han sido un misterio. Pero es hora de que este misterio se desbloquee. ¿Sabe Usted en qué parte de la Biblia puede encontrar estas claves?

Parte 1


El matrimonio cristiano

Con respecto a los principios bíblicos para un matrimonio feliz, las iglesias cristianas actuales enseñan una variedad de ideas, algunas incluso hasta extremos opuestos. Algunos ministros abogan por el totalitarismo del marido y la sumisión ciega de la mujer. Otros enseñan el contrario—el liberalismo descarado de la esposa—dejando de lado el liderazgo del esposo e incluso la anarquía dentro del matrimonio. Vemos una falta de respeto, una falta de amor y un abuso brutal de responsabilidades. Y en nuestra sociedad de “usar y tirar”, descartamos justo lo que nos haría felices – nuestras relaciones familiares.

Demasiados matrimonios enfrentan dificultades serias basadas en una comprensión y ejercicio inadecuados de los diferentes roles y funciones de esposos y esposas, terminando su relación en divorcio o separación legal. Pero estamos llamados a regresar a las enseñanzas claras de la Biblia para producir matrimonios cristianos felices, saludables y exitosos. ¿Estamos dispuestos a escuchar a Dios y a hacer realmente lo que Él dice?

Divorcio—¿una solución?

En primer lugar, dése cuenta de que Dios quiere que nuestros matrimonios tengan éxito. Dios odia el divorcio (Malaquías 2:16). Una pareja que enfrenta dificultades y ve el divorcio como una “solución” fácil a sus problemas puede cometer un error grave e incluso fatal. El divorcio rara vez es una solución positiva. Bíblicamente, el divorcio con la libertad de casarse posteriormente con otra persona solo se permite en circunstancias muy limitadas. Dios creó la unidad matrimonial y tenía la intención de que floreciera y perdurase (Mateo 19:4–6). ¡Dos cristianos casados verdaderamente convertidos (siempre y cuando ambos permanezcan vivos y convertidos a lo largo de su matrimonio) nunca deben divorciarse y posteriormente casarse con otra persona! Su matrimonio, que ha sido unido por Dios, es de por vida (1 Corintios 7:10–11; Romanos 7:1–3; Lucas 16:18).

¿Qué hay de una pareja casada en la que uno de los cónyuges es cristiano verdadero y hace todo lo posible por aplicar los principios de Dios, y el otro cónyuge no lo es? Incluso en tal caso, el divorcio y la segunda nupcia posterior no está permitido bíblicamente, a menos que el cónyuge “incrédulo” se aleje del matrimonio, al no cumplir con sus deberes matrimoniales, y el “incrédulo” ya no esté dispuesto a vivir con la pareja cristiana convertida (compárese 1 Corintios 7:12–16). Tal alejamiento total del matrimonio por parte del “incrédulo” puede verse en serias violaciones continuas de sus deberes y responsabilidades matrimoniales, como la práctica pecaminosa de la “inmoralidad sexual” (Mateo 5:31–32; 19:9). Pero incluso entonces, se recomienda encarecidamente consultar con uno de los ministros de Dios, con el objetivo de restaurar, en lugar de romper, el matrimonio.

El propósito de este folleto es ayudar a los lectores a mejorar sus relaciones matrimoniales y familiares, dirigiéndolos a las claras instrucciones dadas en la Palabra de Dios sobre este tema. La aplicación de estos principios espirituales en el matrimonio y en la familia ayudará a evitar separaciones, divorcios y hogares rotos, ayudando así a que estos se conviertan en cosas del pasado.

Todos necesitamos mejorar

Al explorar las instrucciones de Dios sobre el matrimonio en la Biblia, miremos los roles de esposos y esposas por separado. Seamos fieles aplicando aquellos principios que se aplican a nosotros, y no asumemos que un punto en particular solo se aplica a nuestro cónyuge o a otra pareja. No nos juzguemos los unos a los otros, más bien examinémonos a nosotros mismos. Y, si tenemos problemas con nuestros cónyuges, recordemos, en primer lugar, de prestar atención a la amonestación de Santiago 3:2: “Porque todos tropezamos de muchas maneras” (La Biblia de las Américas LBLA).

Reconozca que TODOS necesitamos mejorar. No importa cuánto tiempo hayamos existido, siempre hay algo que podemos y debemos aprender para mejorar las cosas.

Los roles de esposos y esposas

Nótese Efesios 5:2, 8, 10, 15, 21, “(versículo 2) y andad en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros… (versículo 8) Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz… (versículo 10) comprobando lo que es agradable al Señor… (verso 15) Mirad, pues, con diligencia [o: con cuidado], no como necios sino como sabios, aprovechando bien [o usar ventajosamente] el tiempo, porque los días son malos… (versículo 21) someteos unos a otros en el temor de Dios”.

¡Analicemos esto cuidadosamente! Cualesquiera que sean los roles y responsabilidades de los esposos o esposas, deben examinarse y llevarse a cabo en base a lo que acabamos de leer. A menos que caminemos en el “temor de Dios” y “en amorhacia la otra persona, cualquier papel que se desempeñe, aunque se haga perfectamente al pie de la letra, no producirá un matrimonio feliz. Además, debemos concentrarnos en cómo llevar a cabo nuestros roles. Debemos hacerlo como personas “sabias”no como necios—y debemos tratar de averiguar cuál es la “voluntad de Dios” en cualquier situación dada—no lo que nosotros quizás quisiéramos hacer. Finalmente, debemos aprovechar el “tiempo” que Dios nos ha dado de la mejor manera—una vez más, usando nuestro tiempo para la gloria de Dios y en sumisión a su voluntad, no a la nuestra. Al hacer eso, “andaremos en amor”—en amor hacia Dios y en amor hacia nuestro cónyuge.

Y si caminamos en este tipo de amor, podremos “someternos unos a otros”. Es decir, estaremos mirando los intereses y necesidades de la otra persona—no solo lo que nos pueda interesar a nosotros. Someternos unos a otros no significa que tengamos anarquía—sin liderazgo alguno—pero sí que significa que quien debe liderar es aquel del que se espera que sirva más. ¿Eso le sorprende?

Nótese Filipenses 2:3–5: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria [deseo de vanagloria], antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores [más altos que nosotros] a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”.

El rol de un esposo

Ahora podemos comenzar a examinar el papel ordenado bíblicamente de un esposo en un matrimonio cristiano. Como veremos en las páginas de la Biblia, el esposo debe ser el líder en el matrimonio. Pero fíjese en qué aspecto el esposo debe liderar. Efesios 5:25 dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia…”

El esposo debe amar a su esposa

Cuando los esposos aman a sus esposas, las esposas responderán de la misma manera. Dios y Cristo nos amaron PRIMERO (compárese Romanos 5:8). Debemos responder de la misma manera amándolos (compárese Santiago 1:12; 2:5). Acabamos de leer que Cristo estimó a los demás, en humildad de mente, como siendo “más altos” que Él mismo. Él estuvo dispuesto a rebajarse hasta el punto de la muerte, para que otros pudieran vivir. Ese es el tipo de amor que un esposo debe tener por su esposa. Nadie tiene mayor amor, dice Cristo, que el que da su vida por sus amigos (Juan 15:13). Ese es el tipo de amor que el esposo debe dar a su esposa—su mejor amiga—en palabras y en hechos. La esposa necesita saber, que su esposo incluso moriría por ella para protegerla. Con esa clase de amor expresado hacia ella, la respuesta de la esposa puede entonces ser de sumisión voluntaria a su esposo.

La esposa verá a un esposo amoroso que se preocupa por ella—no a un tirano que se complace en ejercer autoridad sobre ella. Las esposas se han vuelto muy sensibles en ese sentido porque los hombres han abusado de la autoridad. Cuando las mujeres tienen la impresión de que los maridos “están señoreando sobre ellas”, se desalientan, se frustran y se ponen a la defensiva. Un esposo debe ser consciente de esto. Nunca debe menospreciar a su esposa y nunca debe hablarle con dureza, tratando de demostrar que está al mando.

Los esposos deben amar a sus esposas así como Cristo amó a su Iglesia. ¿Y cómo amó Cristo a su Iglesia? Continuemos en Efesios 5:25, “…y se entregó a sí mismo por ella”… Cristo estaba dispuesto a morir por ella. Estaba dispuesto a renunciar a su condición de Dios inmortal y glorificado para convertirse en humano. Estuvo dispuesto a pasar por la terrible prueba de sufrimiento como ser humano, de ser tentado en todo como nosotros, de ser abandonado por todos sus amigos, de ser traicionado, torturado y finalmente crucificado. Él estaba dispuesto a hacer eso por la Iglesia. De hecho, aunque Dios el Padre y Jesucristo tenían plena confianza en que Cristo no pecaría, no obstante, era posible que si lo hiciera. Así vemos que Cristo incluso estuvo dispuesto a renunciar a su deidad eterna por la Iglesia, su futura esposa. Si Cristo hubiera pecado, el Padre no lo habría resucitado a la vida eterna, ya que solo la muerte de la vida sin pecado de Cristo fue decretada por Dios como suficiente para perdonar el pecado humano. Si Cristo hubiera pecado una sola vez, no habría sido restaurado a su gloria anterior como miembro de la Familia de Dios, y tampoco habría habido esperanza para la humanidad de convertirse en miembros nacidos de nuevo en la Familia de Dios.

¿Podemos ver realmente cuánto amó Cristo a la Iglesia y hasta qué punto estuvo dispuesto a demostrarnos su amor por nosotros? Entendido plenamente, no debería ser demasiado difícil para nosotros someternos a Jesucristo, nuestro Señor, viendo todo lo que Él pasó por nosotros. Si un esposo ama a su esposa y da su vida por ella de la misma manera, entonces la esposa debería tener poca o ninguna dificultad para someterse al liderazgo de su esposo.

¿Qué significa para un esposo dar su vida por su esposa?

Para un esposo dar su vida por su esposa, como Cristo dio su vida por la Iglesia, es mucho más que estar dispuesto a morir por ella cuando, o si, llega el momento. Dar la vida como lo hizo Cristo es una práctica de toda la vida. Jesucristo entregó su vida inmortal y eterna como un ser divino para vivir como un ser humano. Vivió como humano durante más de 30 años. Cualquier pecado cometido por Él habría acabado con todo. Él, en el verdadero sentido de la palabra, dio su vida por nosotros.

Asimismo, un esposo debe hacer lo mismo por su esposa. Es un esfuerzo de toda la vida. Si un esposo quiere ser el “amo” de su esposa, entonces debe ser el “siervo” de su esposa (compárese Mateo 20:25–28). Cristo dijo que vino a servir. También enseñó a sus discípulos que si querían ser grandes, tenían que servir.

Usando este principio, entonces, un esposo da su vida por su esposa sirviéndola—cuidando las cosas que su esposa quiere, no solo las cosas que él quiere. Un esposo debe ver a su esposa con honor y respeto, y debe mostrarlo en la forma en la que la trata. Un esposo cristiano debe tener una meta en mente—ayudar a su esposa a alcanzar su potencial espiritual completo. Si él la critica constantemente o examina todo lo que hace, ella tendrá miedo de usar las habilidades y los talentos que Dios le ha dado y, de hecho, su propio crecimiento espiritual se verá obstaculizado.

Nótese Efesios 5:26–29, “…para santificarla [apartarla] habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia”. Cuando un esposo ama a su esposa, también se ama a sí mismo. Leemos en Efesios 5:33: “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo”.

Esto incluye, como acabamos de leer, nutrirla y cuidarla—tanto física como espiritualmente. Salvo circunstancias extraordinarias, se supone que el marido es el sostén de la familia—proporcionando el apoyo financiero a la familia—mostrando así a su esposa cuánto la ama y que está dispuesto a nutrirla físicamente.

Y él debe apreciar a su esposa—como un tesoro—como el tesoro más preciado que este mundo tiene que ofrecer. En un nivel físico, esto significa que él debe cuidar de sus necesidades. Él debe elogiarla por las cosas buenas que hace. Nunca debe dar por sentado a su esposa y lo que ella hace. Y en un nivel espiritual, debe enseñarle a su esposa. Esto requiere que desarrolle una relación estrecha con Dios, aprendiendo a guiar a su esposa y a su familia en el camino de Dios al dar un ejemplo correcto él mismo.

El esposo de Proverbios 31

Se puede decir mucho acerca de la esposa de Proverbios 31, pero observe lo que se dice acerca del esposo en Proverbios 31:28–29: “Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada; Y su marido también la alaba: ‘Muchas mujeres hicieron el bien; pero tú las sobrepasas a todas’”.

Cuando estudiamos el famoso pasaje de Proverbios 31 sobre la “mujer virtuosa”, quizás nos sorprenda saber todo lo que hace la esposa virtuosa. ¡Pero fíjese también que su esposo le permite hacer estas cosas! Él no es una persona controladora, impidiendo que ella logre cosas buenas. Más bien, leemos que él “está en ella confiado” (versículo 11). Se levanta temprano para “dar comida a su familia” (versículo 15), y “considera la heredad y la compra” (versículo 16). Ella planta viña “del fruto de sus manos” (versículo 16). Tome nota de que es ella quien hace eso—no su esposo. Ella es capaz de tomar decisiones sabias. “Ella hace telas y las vende, y da cintas al mercader” (versículo 24). Finalmente, ella “considera los caminos de su casa” (versículo 27). Es productiva y es capaz de dirigir las actividades de su hogar.

Leemos que ella actúa “con voluntad” (versículo 13). Ella no puede actuar “con voluntad” si su esposo no le muestra su amor dándole espacio para que se exprese en sus intereses personales, manifestando nuevamente el tipo de amor que se somete el uno al otro.

¡El esposo no debe estar amargado!

Fijémonos en algunas advertencias y pautas bíblicas adicionales para el esposo. Colosenses 3:19 dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”.

Se nos dice que debemos abandonar toda amargura. Todos tenemos que hacer eso. La amargura es como el cáncer. Nos devorará internamente, hasta que la luz dentro de nosotros se convierte en oscuridad. Si amamos a otra persona, realmente no podemos estar amargados con esa persona. Si todavía hay amargura en nuestros corazones hacia otra persona, y especialmente, si un esposo tiene amargura hacia su esposa, entonces no ha llegado al amor perfecto que se requiere de nosotros. Nótese Efesios 4:31–32: “Quítense de vosotros toda amargura… Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

¿Los esposos son bondadosos y compasivos hacia sus esposas? ¿Están dispuestos a perdonarlas? ¿O los maridos se sienten ofendidos y se alimentan de esas ofensas? ¿Permitirán que la amargura invada sus corazones? Si los esposos hacen eso, entonces están caminando sobre terreno peligroso y, a menos que lo venzan y eliminen rápidamente, esa amargura apagará el amor por sus esposas. Y luego, son los esposos quienes están en violación de los mandamientos de Dios que dicen de no estar amargados hacia sus esposas y de amarlas como a sí mismos.

Note la clase de amor que Dios requiere de los esposos hacia sus esposas. “El amor no hace mal al prójimo” (Romanos 13:10). Si los esposos realmente aman a sus esposas, no las lastimarán física ni emocionalmente—no las dominarán con dureza.

Cómo un esposo debe amar a su esposa

Miremos ahora 1 Corintios 13, el famoso capítulo de “amor” de la Biblia, y veamos qué podemos aprender de él con respecto a la relación entre esposos y esposas. Analicemos cómo el esposo debe amar a su esposa.

Leemos en 1 Corintios 13, comenzando en el versículo 4, “El amor es sufrido…” Si los esposos aman a sus esposas, tendrán paciencia con ellas. Incluso ellos podrían sufrir por un tiempo, o incluso durante mucho tiempo, soportando las deficiencias de las esposas sin estallar y responder de la misma manera. Dios es muy paciente con nosotros. Los esposos necesitan compartir la paciencia de Dios con sus esposas.

[El amor] es benigno…” El amor de Dios es benigno incluso ante las pruebas que quizás estén causadas por malentendidos—cuando algo no sale como quisiéramos que salga. ¿Los esposos pueden ser amables con sus esposas cuando se les olvido hacer lo que se les pidió? ¿Cuándo hicieron algo mal? Dios es bondadoso con nosotros. Él no nos condena cuando nuestros corazones son justos. Un esposo debe ser amable con su esposa, apreciando lo que su esposa deseaba hacer por él, aunque no haya salido como estaba planeado.

“[El] amor no tiene envidia…” ¿Cuántos conflictos cesarían si ese aspecto del amor de Dios se practicara más a menudo? El espíritu sin envidia de un esposo permite que la esposa continúe con sus esfuerzos. El espíritu de envidia, sin embargo, está ansioso por menospreciar e incluso detener sus logros. El amor piadoso, sin embargo, no conoce la envidia. El amor del esposo le permite a su esposa continuar con lo que está haciendo. Los esposos necesitan tener ese tipo de amor piadoso por sus esposas. Los esposos deben permitirles hacer aquello que se les da bien. Los esposos no deben envidiarlas ni sentirse amenazados por las cualidades y habilidades que Dios les ha dado a sus esposas.

[El] amor no es jactancioso…” El verdadero amor no es presumido. No debemos ser jactanciosos y orgullosos de lo que NOSOTROS podemos hacer. El amor de Dios es humilde y mira las cualidades y los logros de los demás. Cuando hacemos cosas buenas, ¿intentamos asegurarnos de que otros también lo vean para que podamos recibir alabanza y gloria de ellos? Si es así, Dios dice que entonces habremos recibido nuestra recompensa—de los hombres—no de Dios (compárese Mateo 6:1–4). Los esposos necesitan tener ese tipo de amor humilde por sus esposas. Los esposos deben hacer cosas buenas por sus esposas porque quieren—porque las aman—no PORQUE quieren ser alabados por sus esposas. Debemos elogiarnos unos a otros por los logros, pero esa no es la razón POR LA QUE hacemos cosas buenas por la otra persona.

“[El amor] no se envanece…” o “no es arrogante”. El verdadero amor de Dios es desinteresado. Quiere lo mejor para los demás. La arrogancia, por otro lado, es introvertida. Es la actitud de “yo-yo” que dice: “Soy el primero y no me importan los demás”.

(Versículo 5) [El amor] no hace nada indebido…” Esto incluye comportarse con buenos modales. Los esposos deben comportarse de una manera amistosa y socialmente aceptable con sus esposas, y no solo cuando otros están alrededor para darse cuenta.

“[El amor] no busca lo suyo…” El amor no está motivado por el egoísmo. El amor implica la forma de dar, no de recibir. El amor quiere servir, no ser servido. El amor motivará a otros a dar y contribuir, sin embargo, el amor no conoce la envidia ni los celos, sino que se regocija cuando alguien más logra algo bueno. Si el amor no está enfocado en el bien y el bienestar de los demás, es vacío, egoísta e inútil.

[El amor] no se irrita…” El amor de Dios no se enoja fácilmente. Cuando una esposa hace algo mal, su esposo, que está viviendo el camino del amor, no estallará como un volcán. Si un esposo ama verdaderamente a su esposa, como Cristo nos ama a nosotros, será paciente con ella, tratando de entender qué sucedió y por qué, y tratará de ayudarla a superar cualquier debilidad que haya causado el problema.

“[El amor] no guarda rencor…” Si los esposos realmente aman a sus esposas, no las tratarán con sospecha, escudriñando cada una de sus decisiones. El corazón del marido “confía de forma segura” en la mujer virtuosa, como leemos en Proverbios 31:11. La Reina Valera Actualizada(RVA-2015) traduce este pasaje en 1 Corintios 13:5 (El amor “no guarda rencor”) como, “El amor no lleva cuentas del mal”. La Nueva Traducción Viviente dice: “El amor no lleva un registro de las ofensas recibidas”. Otras traducciones dicen, “El amor no se pasa la vida recordando lo malo que otros le han hecho”, o “El amor no toma en cuenta el mal recibido”.

Cuán cierto es eso. Leemos que el amor cubre todas las faltas, pero que el odio despierta rencillas (Proverbios 10:12). Es el hombre perverso el que cava en busca del mal (Proverbios 16:27). En cambio, es el que cubre la falta que busca amistad (Proverbios 17:9). Es para su honra pasar por alto una ofensa (Proverbios 19:11). Es honra del hombre dejar la contienda (Proverbios 20:3). Cuánto mejor serían nuestros matrimonios si se aplicara ese principio de NO llevar registros de lo malo. Pero, lamentablemente, todo lo contrario es cierto en muchos casos.

“(Versículos 6 y 7) [El amor] no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Si los esposos tienen tal actitud de amor hacia sus esposas, y la muestran, ¿cómo podrían sus esposas no responder de la misma manera?

Los esposos necesitan entender a sus esposas

Hemos visto que Dios espera que los esposos expresen el verdadero amor de Dios por sus esposas, el tipo de amor que el mundo generalmente no conoce. Para amar real y verdaderamente a alguien, uno debe conocer sus necesidades. Uno debe comprender cómo piensa la otra persona—cuáles son sus deseos, sus sueños, sus anhelos, sus gustos y aversiones.

Y así leemos en 1 Pedro 3:7: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”.

Los maridos necesitan entender a sus esposas. Si un esposo no comprende a su esposa, debe preguntarle qué le gustaría hacer—cuáles son sus sueños, sus preferencias y sus disgustos. Un esposo necesita pasar mucho tiempo comunicándose con su esposa, como con su amigo más cercano. Él necesita respetarla—mostrarle honor, elogiarla por lo que hace. Un esposo nunca debe menospreciarla delante de los demás. Nada lastima más a una mujer que la falta de respeto de su esposo, especialmente frente a los demás. Todos los maridos han hecho eso alguna vez. Todos los esposos deben arrepentirse de tal falta de respeto.

La guía del esposo debe brindarse con amor, honor y respeto por su esposa. Y, ¿cuál es el propósito de tal guía? ¿Es para que ÉL pueda ser considerado como el “GOBERNANTE” de la casa por otros? ¿Para que ÉL pueda gloriarse frente a los demás en el hecho de que él está “obedeciendo los mandamientos de Dios” y su esposa lo está obedeciendo a él? ¡Lejos de ello! ¡Ese es el tipo de vanagloria que no debemos tener!

La razón por la cual el esposo debe guiar amorosamente a su esposa es porque Dios ordenó que el esposo y la esposa fueran una sola carne—son una entidad, espiritualmente. Su meta cristiana es entrar al reino de Dios juntos—para convertirse  en herederos de la vida eterna juntos, de la cual ya son herederos. Por lo tanto, el esposo debe actuar con verdadero amor piadoso hacia su esposa, y su esposa, sabiendo que esta es la razón por la que actúa de la manera que lo hace, estará mucho más dispuesta a pasar por alto las deficiencias de su esposo. Si su esposo muestra que su amor por ella es tan grande que está dispuesto a dar su vida por ella, de manera continua, para toda la vida, y que se preocupa por ella—espiritual y físicamente—entonces, ¿qué mujer cristiana no respondería voluntariamente al liderazgo de su esposo?

Por otro lado, cuando el matrimonio se tambalea, incluso nuestra relación individual y personal con Dios se ve afectada. Es por eso que Pedro les dice a los esposos: “Vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7). Pedro coloca la responsabilidad sobre los hombros del esposo para asegurarse de que las oraciones de los esposos y esposas no se vean obstaculizadas.

El rol de una esposa

Si hay un área en el papel de un esposo que es responsable del fracaso del matrimonio, es la falta de expresión por parte del esposo del verdadero amor de Dios por su esposa.

Y si hay un área en el papel de una esposa que es responsable del fracaso del matrimonio, es la falta de voluntad de la esposa de someterse a su esposo.

Sin embargo, la Biblia deja muy claro que se supone que el esposo es el líder de la familia—no un dictador, ni un tirano, ni un bruto orgulloso y arrogante—sino que Dios lo creó para guiar a la familia. Y si guía de una manera piadosa, la esposa tendrá poca o ninguna dificultad para seguirlo.

Una esposa necesita someterse a su esposo

Nótese 1 Corintios 11:3, “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”.

Note lo que se dice aquí. Así como Dios el Padre es la cabeza de Cristo, así el hombre o esposo es la cabeza de la mujer o esposa. Dios el Padre y Jesucristo son totalmente uno—totalmente unidos en mentalidad, meta y propósito. Y se aman perfectamente. Dios el Padre dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (compárese Mateo 3:17). Dios AMÓ al Hijo (Juan 3:35). Y Cristo AMÓ al Padre (Juan 14:31). Se sometió al Padre, hasta el punto de la muerte, sabiendo que su Padre lo amaba profundamente y que nunca le pediría nada que fuera malo para Él. Si un hombre quiere ser la cabeza de su esposa y familia, como debe de ser, debe comportarse como Dios el Padre se comportó con Cristo y, a su vez, su esposa debe comportarse con su esposo como Cristo se comportó con el Padre.

Para tener el mismo tipo de relación que el Padre y el Hijo tuvieron y tienen, necesitamos leer y aprender acerca de esa relación y de cómo podemos aplicarla a nuestra relación matrimonial entre esposo y esposa.

Cómo la sumisión es posible

Podemos deducir mucho del libro de Juan acerca de la relación que Dios el Padre tuvo y tiene con su Hijo, Jesucristo. Note los principios de sumisión revelados en los siguientes versículos:

Juan 3:35, “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano”. ¡Amor divino comparte! Los esposos necesitan compartir sus posesiones con sus esposas. Esta voluntad de compartir crea confianza mutua. No puede haber una actitud de ‘¡Esto es mío y esto es tuyo!’ Nótese las palabras de Cristo en Juan 16:15, “Todo lo que tiene el Padre es mío”.

Juan 5:20, “Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace”. ¡El amor de Dios comunica! El esposo tiene que hacerle saber a la esposa lo que está haciendo. Esta sinceridad crea confianza mutua y un vínculo común.

Juan 5:22-23, “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre”. Un esposo amoroso quiere que su esposa sea honrada por los demás. Está dispuesto a compartir su honor con ella. Él no la desvaloriza ni la menosprecia frente a los demás, deshonrándola así. Y no se queda de brazos cruzados cuando otros deshonran a su esposa.

Juan 5:43, “Yo he venido en nombre de mi Padre”. La esposa adquiere el nombre de su esposo. Esto muestra la unidad de los dos. Ya no están separados, sino que los dos se han convertido en “uno”. Así es como Dios quiso que fuera—UNA familia—UN matrimonio. Los DOS se han convertido en UNA sola carne. ¿Y qué dijo Cristo acerca de su relación con Dios el Padre? Leemos en Juan 10:30: “Yo y el Padre uno somos”. Estuvieron—y están—totalmente unidos en voluntad, propósito y meta. Y así como Jesús pudo actuar por su Padre, así la esposa puede actuar por su esposo. Esta unidad entre los dos crea confianza mutua y seguridad en y para el otro, y muestra al mundo, “aquí hay una pareja feliz que está verdaderamente unida”.

Juan 8:29, “El Padre no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Un esposo amoroso tampoco dejará a su esposa sola, si la esposa hace lo que le agrada a su esposo. Y la mujer hará lo que sabe que le agrada a su marido, si éste le muestra el amor de Dios.

Juan 8:49, “Yo honro a mi Padre”. Asimismo, la esposa debe honrar a su esposo. Sin embargo, la esposa no honra a su esposo si lo desvaloriza o lo menosprecia frente a los demás. La esposa tampoco honra a su esposo si usurpa su autoridad o su papel de líder, especialmente frente a los demás, o si se encarga de tomar las decisiones que debe tomar su esposo. Cristo AMABA al Padre, y el Padre AMABA al Hijo. Aún así, Cristo sabía que el Padre era su cabeza, y lo honró. Él lo respetó. Hizo lo que le agradaba. Y por eso, el Padre lo honró a cambio, como vemos en el versículo siguiente.

Juan 8:54, “Mi Padre es el que me glorifica”. Así como Cristo honró a su Padre, así también su Padre lo honró a Él. De la misma manera, tanto los esposos como las esposas deben honrarse mutuamente. Esto demuestra amor y respeto mutuo. Leemos en Efesios 5:33: “…y la mujer respete a su marido”. Vemos, entonces, que el honor y el respeto deben ser mutuos. Va en ambos sentidos. Sin embargo, si el esposo se comporta de una manera que abroga totalmente sus responsabilidades—si es un borracho, si abusa de sus hijos o si le grita a su esposa constantemente, entonces es muy difícil para su esposa respetarlo. Por lo tanto, los esposos deben comportarse de tal manera que inspire respeto a sus esposas.

Juan 10:15, “Así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre”. ¿Cuán bien se conocen realmente los esposos y las esposas? Solo si realmente se conocen, pueden crecer en el amor y el respeto mutuo. Y deben hacerlo, si quieren que su matrimonio—una relación de verdadero amor piadoso—tenga éxito. Cristo aceptó al Padre como su cabeza porque lo conocía. Él sabía que su Padre nunca abusaría de su autoridad sobre Él. ¿Las esposas saben lo mismo de sus maridos?

Las mujeres sumisas DEBEN enseñar—¡Así es CÓMO!

Nótese Tito 2:4, “…[Las ancianas deben] enseñar a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos…”

Una vez más, Dios demanda amor mutuo tanto del esposo como de la esposa hacia el otro. Como leímos antes, los esposos deben amar a sus esposas. Ahora se nos dice que las esposas deben amar a sus esposos. Si el esposo realmente ama a su esposa, entonces, a cambio su esposa también AMARÁ a su esposo. El problema surge cuando el esposo no ama a su esposa y cuando, en cambio, abusa de su autoridad sobre ella.

Continuando con el versículo 4 y 5, “…amar a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”.

Nótese el contexto. Aquí, Pablo está hablando de mujeres mayores que enseñan a mujeres JÓVENES con niños pequeños. En tal caso, no es recomendable trabajar fuera del hogar. Más bien, es mejor quedarse en casa—concentrándose en ser madre y ama de casa. Los niños pequeños necesitan a su madre en casa. También leemos que las ancianas deben enseñar a las mujeres jóvenes a ser obedientes a sus maridos para que la palabra de Dios no sea blasfemada. ¿Por qué se blasfemaría la palabra de Dios si las esposas no son obedientes a sus esposos? ¡Porque es Dios quien dice que deberían ser obedientes y sumisas a sus maridos! Y, si sus maridos aman a sus mujeres con amor piadoso, no exigirán nada de sus mujeres que no sea bueno para ellos y para la familia. Por lo tanto, las esposas PUEDEN ser gozosamente obedientes a sus esposos.

¿Podemos ver cómo todos estos mandamientos van juntos? Uno complementa al otro. Estas no son reglas aisladas. Un esposo y una esposa son un equipo, y un matrimonio exitoso requiere un esfuerzo de equipo.

Las mujeres sumisas no deben predicar en la Iglesia

Nótese 1 Timoteo 2:11–15 donde Pablo dice: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia”.

Nótese, también, el pasaje paralelo en 1 Corintios 14:34–35, “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación”.

Aquí encontramos descritos los aspectos del papel de la mujer que tienen que ver con la sumisión, incluida la sumisión a su marido.

Las esposas no deben hablar, enseñar o predicar en la Iglesia, pero deben preguntar a sus esposos en casa. Esto requiere, por supuesto, que se le pueda preguntar al esposo—que sea accesible y que no esté demasiado ocupado para hablar con su esposa, y que tenga el conocimiento suficiente para darle a su esposa las respuestas que necesita. Si no tiene las respuestas, debe preguntar a los que saben.

Es cierto que hubo profetisas en el Antiguo Testamento (Éxodo 15:20; Jueces 4:4), y también es cierto que algunas mujeres profetizaron en tiempos del Nuevo Testamento (Hechos 21:9). Vendrá un tiempo, cuando las mujeres jóvenes profetizarán de nuevo (Joel 2:28). Sin embargo, estos pasajes no pueden usarse para justificar que las mujeres prediquen en la Iglesia, ya que Pablo dejó claro que esto no debería permitirse.

Algunos citan Hechos 18:24–26 como autoridad para permitir que las mujeres prediquen en la Iglesia. En ese pasaje, Aquila y Priscila tomaron aparte a Apolos, a quien habían oído predicar en la sinagoga, y “le expusieron más exactamente el camino de Dios” (versículo 26). No queda claro en ese pasaje hasta qué punto Priscila impartió la enseñanza, o si simplemente estaba de acuerdo con su esposo. En cualquier caso, es digno de mención que se llevaron aparte a Apolos. Priscila, especialmente, no enseñó a Apolos frente a otros.

En el mundo actual de la comunicación masiva, las Iglesias a menudo usan la radio, la televisión, la imprenta o incluso el Internet para publicar material espiritual. Las mujeres tampoco deben dar sermones en la radio o la televisión, ni escribir artículos bíblicos, proféticos, eclesiásticos o espirituales. Podrían escribir artículos que abordan temas como la crianza de los hijos, las tareas del hogar, la cocina u otros asuntos más relacionados con nuestra vida física, evitando así un posible conflicto al escribir sobre asuntos espirituales.

Veamos algunos comentarios interesantes sobre este tema.

El Lexikon zur Bibel de Rienecker señala, bajo “Mujeres”, “La relación entre el hombre y la mujer, ordenada por Dios, también se puede ver en el papel del servicio y la función dentro de la Iglesia. Las mujeres sí que profetizan (1 Corintios 11:5; Hechos 21:9), pero solo se hace referencia específica a los hombres como profetas (versículo 10). Pablo no permite que las mujeres enseñen, es decir, que desempeñen el oficio de maestras en la Iglesia (1 Timoteo 2:12). Es diferente cuando Apolos se presenta más plenamente, en una conversación personal con Aquila y Priscila, a las enseñanzas de Dios (Hechos 18:26)”.

Jamieson, Fausset y Brown afirman con respecto a 1 Corintios 14:34–35: “Para las mujeres, hablar en público sería un acto de independencia, como si no estuvieran sujetas a sus maridos (compárese Capítulo 11:3; Efesios 5:22; Tito 2:5; 1 Pedro 3:1)… Las mujeres pueden decir: ‘Pero si no entendemos algo, ¿no podemos “hacer” una pregunta públicamente para “aprender”? No, responde Pablo, si quieren información,  no ‘pregunten’ en público, sino ‘en casa’: No pregunten a otros hombres, sino a sus propios maridos particulares (así los griegos)”.

Jamieson, Fausset y Brown comenta sobre 1 Timoteo 2:11–12: “Aprenda—no enseñe… Ni siquiera debería hacer preguntas en la asamblea pública… Puede enseñar, pero no en público (Hechos 18:26)”.

Las Escrituras dejan muy claro que una mujer no debe ejercer autoridad sobre su marido. Dios reprendió al Israel del Antiguo Testamento por haber permitido que las mujeres gobernaran sobre los hombres (Isaías 3:12). Los maridos deben ejercer la debida autoridad sobre sus esposas. Deben hacerlo con el amor de Dios y nunca deben abusar de esa autoridad. Pero así como es vergonzoso que la mujer ejerza autoridad sobre su marido, y especialmente en público, así también es vergonzoso que el marido deje que su mujer ejerza autoridad sobre él.

En 1 Corintios 11:7–8 leemos: “…la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón”. La mujer fue creada por Dios para ser una ayuda de su esposo—no para tomar el papel de su esposo y ejercer autoridad sobre él. Dios no creó a la esposa para decirle a su esposo qué hacer, y para enojarse cuando su esposo decide de forma desinteresada, después de una cuidadosa deliberación, meditación y oración, no hacer una cosa en particular.

¡La sumisión a Dios es lo primero!

Nótese Colosenses 3:18: “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor”. Nótese el hecho de que no sería apropiado ni agradable al Señor, si el esposo diera órdenes irrazonables; si actuase egoístamente; o si dejase de amar a su mujer. Aunque el mandato de ser sumisa se dirige a la esposa, presupone que el esposo mismo se somete primero a Dios y que no exige de su esposa cosas que son impías. Por ejemplo, si un esposo le pide a su esposa que mienta, la esposa no debe hacerlo. Los mandamientos de Dios siempre vienen primero. Tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres (compárese Hechos 5:29). Las esposas no deben pecar al “someterse” a sus maridos. No deben violar su conciencia basada en la Biblia (compárese Romanos 14:23). La aplicación de ese principio a veces puede ser difícil y puede requerir el consejo individual de uno de los ministros de Dios. Es muy importante manejar cualquier conflicto de este tipo con amor y respeto por la pareja, en lugar de una actitud arrogante y santurrona.

Nótese Efesios 5:22, “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor…” Nótese nuevamente que no nos sometemos a Dios si quebrantamos sus mandamientos. Asimismo, las esposas no deben someterse a sus esposos si hacerlo significa quebrantar uno de los mandamientos de Dios en la letra o en el espíritu.

Verso 23, “…porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”… Considere que, así como Cristo es el Salvador del cuerpo—la Iglesia—así el esposo debe ser “salvador” de su esposa, por así decirlo. Debe hacer todo lo posible para asegurarse de que su esposa tenga éxito en su vida espiritual.

Versículo 24: “Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo”. Es decir, siempre que no viole ninguno de los mandamientos de Dios.

Notemos también que este mandato está dirigido a los esposos y esposas en la Iglesia—no requiere que ningún hombre tenga autoridad sobre ninguna mujer. De lo contrario, considere las conclusiones paradójicas, ya que esto significaría que un hijo adulto (un hombre) tendría autoridad sobre su madre (una mujer). Debemos entender que la Biblia no trata a las mujeres como “ciudadanos de segunda clase” en la sociedad. Más bien, tanto hombres como mujeres son “iguales en Cristo”. Leemos en Gálatas 3:28–29: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”.

¿Sumisión a esposos incrédulos?

Es cierto que 1 Pedro 3:1–6 requiere que las esposas estén sujetas a los esposos que no son obedientes a la palabra de Dios. Note, sin embargo, la redacción y el consejo: “(Versículo 1) Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, (versículo 2) considerando vuestra conducta casta y respetuosa”…

Esto no se trata de miedo o tormento por causa del marido, sino que la mujer debe vivir en el temor de Dios. Nótese Proverbios 31:30: “La mujer que teme a JEHOVÁ, ésa será alabada”. Ya hemos leído en Efesios 5:21 que debemos someternos unos a otros “en el temor de Dios”. Pedro no está diciendo aquí que las esposas necesitan vivir en temor y tormento de sus maridos desobedientes, sino que necesitan someterse a sus maridos en el temor de Dios. De nuevo, no obedecerían a sus maridos si los maridos exigiesen de las esposas que hagan algo que sea contrario a la palabra de Dios.

Continuemos con 1 Pedro 3:3, “(Versículo 3) Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos—(versículo 4) sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”…

Nótese aquí un pasaje paralelo en 1 Timoteo 2:9–10, “[Deseo…] Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia [o discreción], no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.

Continuemos con 1 Pedro 3:5, “Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios [ese es el “temor” o respeto del que se habla aquí—temor y respeto hacia Dios], estando sujetas a sus maridos, (versículo 6) como Sara obedecía a Abraham, llamándolo señor, de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza”.

¡Siempre hay esperanza!

A la luz de estos pasajes, todos debemos darnos cuenta de que ninguno de nosotros—ya sean esposos o esposas—hemos cumplido con nuestras responsabilidades a la perfección. TODOS hemos fallado de muchas maneras diferentes. Pero siempre hay esperanza. Dios perdona y nos da el poder para seguir adelante y hacerlo mejor.

Si ha llegado a una relación erosionada y problemática en su matrimonio debido a los errores que podría haber cometido, pídale a Dios su ayuda y un cambio de corazón. Si puede, hágalo junto con su cónyuge presentando su situación ante Dios en oración. Pídele que le ayude con la voluntad de aceptar su guía para perdonar los errores del pasado y sanar la relación.

En ese espíritu, leamos Filipenses 3:12–14, “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

Nuestro matrimonio espiritual—¡todavía por delante!

Nuestro matrimonio cristiano físico presagia una relación matrimonial eterna y gloriosa entre Jesucristo, el novio, y nosotros, su Iglesia y novia (compárese Efesios 5:30–32, donde Pablo aplica la institución del matrimonio a nuestra relación espiritual con Jesucristo, quien es identificado como el novio en Mateo 25:1). Qué tremendo futuro nos espera. Asegurémonos, entonces, de que hagamos todos los esfuerzos para crear y mantener matrimonios felices y exitosos ahora, esperando cumplimiento de nuestro destino que llegará muy pronto—casarnos con nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, cuando regrese (compárese Apocalipsis 19:7–9; Oseas 2:19–20).

Parte 2


La familia cristiana

Así como la Biblia da instrucciones claras en cuanto a los roles y funciones individuales de los esposos y esposas, también explica los deberes y responsabilidades de los padres y las madres hacia sus hijos, y de los hijos hacia sus padres.

Como tenemos demasiados problemas matrimoniales, también tenemos DEMASIADOS problemas familiares. Con demasiada frecuencia, los padres saben poco acerca de la crianza adecuada y el resultado son niños rebeldes. Se espera que los niños que son víctimas del divorcio sean resistentes cuando alguien a quien aman desaparece repentinamente de su vida. La mayoría de las veces, crecen con múltiples madres, padres y abuelos debido a las segundas nupcias y, sin embargo, se les deja solos la mayor parte del tiempo, porque nadie tiene tiempo para ellos.

De hecho, leemos una profecía sorprendente y aleccionadora en la Biblia para los últimos días—justo antes del regreso de Cristo, que aborda la trágica realidad de las familias rotas. Tristemente, esta situación HA afectado también las actitudes de los verdaderos cristianos, y Dios dice que a menos que estas condiciones cambien, algo terrible sucederá con este planeta.

¡Nuestra vida familiar debe mejorar!

Leamos en Malaquías 4:5–6: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición [destrucción total]”.

En el versículo 1, este “día de Jehová” se describe como un día “ardiendo como un horno, y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará”.

Se nos recuerdan las palabras de Cristo en Mateo 24:22 que dice que nadie sería “salvo”, o mejor dicho, salvo con vida, si Dios no interviniera. En otras palabras, si Dios no acortara esos días, nadie sobreviviría físicamente. Eso te incluye a ti y a mí. ¡TODOS moriríamos! Pero Dios VA a acortar esos días “por causa de los escogidos” (mismo versículo). HABRÁ un grupo de personas que se salvarán de los días terribles que vendrán, y POR ESO, la tierra NO será totalmente destruida.

Malaquías 4:2 nos dice más acerca de ese grupo de personas que serán diferentes: “Más a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”. Si tememos a Dios, SI que experimentaremos salvación. La sanación sigue siendo necesaria. Se requiere el poder sanador de Dios para lograr que los corazones de los padres y los hijos se vuelvan unos hacia otros. Es DIOS quien nos guía al arrepentimiento (Romanos 2:4; 2 Timoteo 2:25). El arrepentimiento hacia Dios y el uno hacia el otro producirá una relación restaurada o sanada con Dios y entre sí.

Esto presupone, entonces, que incluso entre aquellos que temen a Dios, la relación entre padres e hijos NECESITA sanación—NO es como debería ser. ¡Y empeorará, antes de mejorar! Por lo tanto, es hora de que nos concentremos en las instrucciones bíblicas claras para padres e hijos, para ver qué podemos y debemos hacer para participar en el proceso divino de sanar nuestro matrimonio y nuestras relaciones familiares.

El papel de los padres

Empecemos por el papel de los padres hacia sus hijos. Como veremos, el concepto bíblico del padre también incluye a la madre, es decir, ambos padres deben participar en el proceso de crianza y educación de los hijos.

Efesios 6:4 nos dice: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”.

¡Instruya a su hijo en el Señor!

Los padres y las madres deben criar a sus hijos en un ambiente piadoso. Deben enseñar a sus hijos los principios de Dios continuamente. ¿Cómo? Los niños aprenden de lo que ven. Enseñamos con nuestras acciones, así como con nuestras palabras. No estamos enseñando o entrenando adecuadamente si nuestras acciones no concuerdan con nuestras palabras. Tampoco enseñamos los principios de Dios, si nuestras palabras y acciones no se corresponden con los mandamientos de Dios.

Entonces, si enseñamos a nuestros hijos con nuestras palabras o con nuestras acciones que a veces está justificado mentir, robar, matar, cometer adulterio o usar el nombre de Dios en vano, entonces no estamos enseñando la palabra de Dios a nuestros hijos—no los estamos criando en el entrenamiento y amonestación del Señor.

Nótese en Deuteronomio 6:25 lo que los padres deben enseñar a sus hijos: “Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de JEHOVÁ nuestro Dios, como él nos ha mandado”.

Esto presupone, por supuesto, que los padres mismos guarden diligentemente los mandamientos (compárese Deuteronomio 6:17). Si lo hacen, entonces esto impulsará al niño que PREGUNTE a los padres POR QUÉ están haciendo lo que están haciendo (versículo 20). Y una vez que un niño pregunta, los padres deben responder (versículo 21). NO deben dejar pasar esta oportunidad de oro. Además, los padres deben enseñar a sus hijos aunque no pregunten.

Para poder enseñar la palabra de Dios de manera efectiva, primero debe ser arraigada en el corazón de los maestros mismos. Nótese Deuteronomio 6:6–7, “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”.

Si las palabras de Dios NO están en nuestros corazones, ¿CÓMO PODEMOS enseñarlas diligentemente a nuestros hijos? Si nosotros mismos no estamos seguros de si las instrucciones de Dios siempre se aplican en cada situación sin falta, ¿cómo PODEMOS enseñar a nuestros niños o adolescentes que sí se aplican? Si dudamos si SIEMPRE es correcto NO mentir, NO robar, NO matar, NO quebrantar el sábado, NO para engañar a nuestra esposa o esposo, ¿cómo PODEMOS criar a nuestros niños o adolescentes en la amonestación del Señor?

¡No provoque!

Recuerde, leemos en Efesios 6:4 lo que NO debe hacer. NO debemos provocar la ira de nuestros hijos. Podemos hacer eso de muchas maneras diferentes. Al mismo tiempo, a menudo los provocamos de tal manera que se desalientan (Colosenses 3:21).

Esto podría suceder si los padres esperan demasiado de sus hijos de una vez. Nuestros hijos aún están aprendiendo, aún no son maduros y debemos tener paciencia con ellos. Si les damos la impresión de que nunca estamos satisfechos con lo que hacen, pueden enfadarse o desanimarse. Incluso pueden llegar hasta el punto en que están dispuestos a renunciar a esta forma de vida. Pueden decir: “Nunca podré complacer a mis padres, no importa lo que haga, así que, ¿para qué intentarlo?” Los padres también podrían provocar la ira de sus hijos, induciendo al desánimo, al no felicitarlos nunca por las cosas buenas que hacen, o al no consolarlos cuando algo sale mal, y al no alentarlos a hacerlo mejor la próxima vez.

Note cómo, según el apóstol Pablo, un padre y una madre DEBEN instruir a sus hijos en la amonestación del Señor. Leemos en 1 Tesalonicenses 2:10–12: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria”.

¡CÓMO instruir a su hijo en el Señor!

Un padre y una madre que quieren que sus hijos caminen de manera digna de Dios, necesitan exhortar, consolar e implorar a sus hijos. Pero, ante todo, los padres y las madres mismos deben andar fervientemente, inocentemente y justamente. Por ejemplo, al andar “justamente”, sus juicios deben ser justos. No pueden basarse en la preferencia, donde se coloca a un niño antes que al otro. Entonces, los hijos deben ver que sus padres andan “fervientemente” delante de Dios—que sus vidas están dedicadas a Él. Y los padres deben guardar la Ley de Dios ellos mismos “inocentemente”,porque quieren que sus hijos hagan lo mismo.

Después de eso, los padres deben “exhortar” e “implorara sus hijos a seguir su ejemplo correcto, recordando a “consolarlos” a lo largo del camino. Cuando los niños se sienten deprimidos porque no les fue bien en la escuela o en la universidad, sus padres deben prestarles ayuda y alentarlos a seguir adelante y hacerlo mejor la próxima vez. En lugar de desanimarlos, los padres deben alentarlos. Al mismo tiempo, los padres nunca deben transigir con la Ley de Dios.

Entonces, la razón por la cual los padres criamos a nuestros hijos de la manera que lo hacemos, debe ser con la expectativa y la meta de que nuestros hijos se vuelvan obedientes a la Palabra de Dios.

1 Timoteo 3:4 nos dice que un obispo o un ministro debe estar gobernando “bien su propia casa, teniendo a sus hijos en sujeción con toda honestidad”.

Tito 1:6 nos dice que un obispo o un ministro debe tener “hijos creyentes que no estén acusados de disolución [lit. incorregibilidad] ni de rebeldía”.

¿CÓMO puede un niño convertirse en un niño fiel, reverente y sumiso, en lugar de uno incorregible e insubordinado?

De la misma manera que hay claves para matrimonios felices y exitosos, también hay claves en la Biblia para padres exitosos y familias felices.

¡Claves para una crianza exitosa!

Nótese Hebreos 12:5–7, “Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina [castigo] del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?

Encontramos enumerados aquí numerosos principios que deben ser aplicados por un padre y una madre hacia sus hijos. Miremos más detenidamente.

Los padres deben AMAR a sus hijos

Ante todo, el padre y la madre deben AMAR a sus hijos porque DIOS actúa con AMOR hacia nosotros. Cualquier cosa que hagamos como padres con nuestros hijos, debe ser por AMOR—porque los AMAMOS, porque queremos lo mejor para ellos. No actuamos con ira hacia nuestros hijos porque nos molestan y porque queremos tener nuestra paz. Si nuestros hijos saben que actuamos con ellos por AMOR, como sabemos que Dios actúa con nosotros por AMOR, entonces, nuestros hijos pueden ser menos propensos a despreciar nuestras acciones hacia ellos o desanimarse a causa de ellas.

A veces necesitamos corregir a nuestros hijos, o como dice la Biblia, disciplinar y reprender y azotar a nuestros hijos. Pero, ¿qué significan esas palabras?

Los padres necesitan “disciplinar”

Empecemos con los términos “disciplinar” y “corregir”. El sustantivo se traduce del griego “paideia”, y el verbo se traduce del griego “paideuo”. El significado literal según Young es “instrucción” o “entrenamiento”, o “instruir” o “entrenar”. Strong’s da esta definición en los números 3809 y 3811, “tutoría, es decir, educación o capacitación; por implicación de corrección disciplinaria…; instruir a un niño, es decir, educar o (por implicación) disciplinar (por castigo): castigar, instruir, aprender, enseñar.”

No hay nada bíblicamente malo en castigar a un niño si el niño se comporta mal y merece el castigo. Sin embargo, el castigo nunca debe ser excesivo, sino que debe administrarse de forma consecuente, como corresponde y se ajusta a la infracción. Leemos que Cristo “reprende y castiga” (del griego, “paideuo”, es decir, educa, entrena, disciplina) a todos los que ama (Apocalipsis 3:19). Lo hace porque nos ama. Así que nosotros, como padres, debemos hacerlo porque amamos a nuestros hijos. Pero incluso entonces, nunca debemos olvidarnos de ser misericordiosos y perdonadores. Cristo a veces eligió no infligir cierto castigo a las personas que habían pecado. No condenó a la mujer pillada en el acto de adulterio porque vio que la mujer no necesitaba más castigo; había aprendido su lección (compárese Juan 8:1–11).

Los padres necesitan “reprender”

¿Qué significa “reprender”? Cristo nos reprende, y por eso necesitamos reprender a nuestros hijos. Pero, ¿cómo lo hacemos?

La palabra griega para “reprensión” es “elegcho”. Young’s lo define con “convencer” o “condenar”. Strong’s da esta interpretación bajo el no. 1651, “refutar, amonestar, condenar, convencer, decir una falta, reprender, censurar”.

Vemos en estas definiciones que tenemos que dejar claro a nuestros hijos lo que hicieron mal. No es bueno castigarlos por malas acciones, sin explicarles lo que hicieron y POR QUÉ estuvo mal.

Pero tenga en cuenta el problema si nuestras acciones no respaldan nuestras palabras. Por ejemplo, si le decimos a nuestro hijo que no debería haber mentido y el niño responde diciendo: “Pero tú hiciste lo mismo ayer”, entonces no hemos sido maestros muy efectivos.

Si nuestro hijo se pelea y lo reprendimos por eso, y él responde diciendo: “Pero viste televisión anoche y gritaste que le dispararan al malo”, entonces no hemos sido maestros muy efectivos.

Si nuestro hijo adolescente nos dice que está pensando en unirse al ejército, y le decimos que no lo haga, y él responde diciendo: “Pero ayer dijiste que este país necesita atacar a otros países”, entonces no deberíamos estar sorprendidos de la reacción de nuestro hijo—porque no hemos sido maestros muy eficaces de la ley de Dios.

Si nuestra hija adolescente nos confiesa que quiere irse a vivir con su novio y nosotros reaccionamos con enfado y frustración, y nos recuerda de nuestro romance con la secretaria o la vecina, entonces no hemos sido muy buenos maestros.

Si nuestra hija embarazada nos explica que quiere abortar, y le decimos que no aborte, y ella responde diciendo: “Pero tu dijiste que un aborto puede estar justificado en ciertas circunstancias”, entonces—nuevamente—no hemos sido maestros muy efectivos de la ley de Dios.

Todos los efectos que vemos en nuestros jóvenes de hoy tienen raíces profundas en el pasado que han llevado a sus ideas y conductas presentes. Los hijos siguen el ejemplo de sus padres. Abraham mintió repetidamente al decir que Sara era su hermana (Génesis 12:11–13; 20:1–2, 13), y más tarde su hijo Isaac hizo exactamente lo mismo con respecto a su esposa Rebeca (Génesis 26:6–7).

Los padres necesitan “azotar”

También hemos leído en Hebreos 12, que Dios azota a todo el que recibe por hijo o niño. La palabra griega para “azote” es “mastigoo” y significa, según Young’s, “azotar y flagelar”. Pero antes de sacar conclusiones precipitadas, considere cómo Dios nos está azotando. Él nos azota de muchas maneras diferentes. Nótese cómo Strong’s define la palabra bajo el no. 3146, “azotar—literal o figurativamente”.

Nunca hay una justificación para el abuso físico. Por otro lado, prohibir totalmente los azotes y definirlos como abuso físico sólo muestra cuán liberal y anti bíblica se ha vuelto nuestra sociedad occidental. Esto es, por supuesto, el fruto de la educación antiautoritaria que ha provocado una maldición en nuestro mundo occidental. Sin embargo, como padres, debemos ser conscientes de que, en ciertos países, los azotes son ilegales y podrían resultar en que las autoridades entren y se lleven a nuestros hijos. E incluso en países donde los azotes no son ilegales, muchos funcionarios gubernamentales miran esta práctica con gran desagrado. Han habido casos en los que los trabajadores sociales en los Estados Unidos trataron de quitarles los niños a los cristianos, porque los padres cristianos creían y practicaban—con moderación y con gran amor y cuidado—los azotes respaldados por la Biblia.

Note lo que la Biblia enseña claramente con respecto al castigo corporal en Proverbios 13:24, “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo AMA, desde temprano lo corrige [de inmediato]”.

Dado que el uso de la vara se compara con la disciplina inmediata o temprana, está claro que este pasaje incluye el concepto de azotes, donde y cuando sea apropiado. Por supuesto, no azotamos a un adolescente ni a un adulto, por lo que los azotes deben darse en una etapa temprana de la vida del niño. Pero tenga en cuenta, de nuevo, disciplinamos a nuestros hijos, porque los AMAMOS. Si disciplinamos a nuestros hijos por cualquier otra razón, o por cualquier otro motivo, NO seguimos las instrucciones de Dios. Los azotes nunca deben causar daño físico a un niño. La intención es quebrantar un espíritu rebelde, no magullar la piel.

Note lo que la Ryrie Study Bible comenta sobre este versículo: “La disciplina a la que se hace referencia aquí es el entrenamiento ya sea de palabra ([Proverbios] 15:5; 24:32) o de hecho (23:13)”.

Proverbios 23:13–14 dice: “No rehúses corregir al muchacho; Porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, Y librarás su alma del Seol”. La Ryrie Study Bible comenta: “Un maestro sabio advierte sobre el descuido de la disciplina infantil… La disciplina puede librar a un niño de una muerte prematura”.

Hemos escuchado mucho acerca de la negligencia infantil. Pero rara vez se menciona un tipo de descuido infantil—el descuido de disciplinar al niño, en AMOR, cuando el niño merece y debe recibir disciplina por su propio bien.

Proverbios 19:18 dice: “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo”. La Nueva Biblia Viva (NBV) lo traduce de esta manera: “Disciplina a tu hijo mientras hay esperanza, si no lo haces, le arruinaras la vida”. La Ryrie Study Bible comenta: “No descuiden la disciplina de los niños y de ese modo provocar la muerte de su hijo”.

Pero ¿por qué sería eso? ¿Cuál es la conexión entre la falta de disciplina infantil y la muerte del niño? Nótese Proverbios 22:15, “La necedad es parte del corazón juvenil, pero la vara de la disciplina la corrige”.

¡Quite la necedad del niño!

La necedad, si no se supera, puede tener terribles consecuencias. La disciplina de un niño debe ser administrada por los padres con el deseo y la motivación de AYUDAR al NIÑO a deshacerse de la necedad. Si nos enojamos con nuestros hijos y los encerramos en sus habitaciones porque “no podemos” tratar con ellos en este momento, entonces nos hemos perdido todo el sentido de la crianza de los hijos. Más bien, como padres preocupados, debemos tratar de hacer todo lo que podamos para asegurarnos de que la necedad en el niño desaparezca.

La naturaleza humana es hostil contra Dios porque Satanás ha estado poniendo sus pensamientos y sus deseos en nuestros corazones desde nuestra juventud. Los pensamientos y deseos de Satanás son necedad para Dios. Entonces, los padres convertidos deben ayudar a revertir el proceso—deben ayudar al niño a deshacerse de esa necedad. Si el niño vive y se alimenta de su necedad, empeorará.

Como se mencionó, tanto el padre como la madre tienen responsabilidades en lo que respecta a la crianza de los hijos. Nótese Deuteronomio 21:18–20, “Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: ‘Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho’”.

El castigo final en ese momento fue desastroso, como explica el versículo 21, pero fue ordenado por Dios. Hoy, los padres no deben infligir talescastigos. Dios, sin embargo,  podría decidir muy bien, a través de múltiples formas y circunstancias, a traer directamente un duro castigo para el niño si la necedad permanece en el corazón del niño—y muchas veces, tales penas y castigos son una consecuencia automática de la mala conducta del niño.

Como discutiremos más plenamente más adelante en este folleto, no importa cuán perfecta sea la crianza de los hijos por parte del padre y la madre, cuando los niños se convierten en adultos, todavía tienen su papel que desempeñar. Son agentes morales libres y son responsables de las decisiones que toman. Uno no podría pensar en un mejor padre que Dios, pero primero Lucifer, y luego Adán y Eva optaron por desobedecer a Dios. Y, de paso, uno no podría pensar en un mejor esposo que Dios, pero el antiguo Israel, representado en la Biblia como casado con Dios (Jeremías 3:14; 31:32), también eligió desobedecer a Dios.

Aunque los niños deben tomar sus propias decisiones, el objetivo final de los padres debe ser enseñar a sus hijos la capacidad de tomar decisiones correctas basadas en la Palabra de Dios.

Responsabilidades compartidas de los padres

Deuteronomio 21:18–20 nos enseñó que el esposo y la esposa tienen la responsabilidad compartida de criar a sus hijos. AMBOS disciplinan. AMBOS dan órdenes. Y AMBOS toman medidas para lidiar con las continuas transgresiones de sus hijos.

Nótese también en Proverbios 1:8, “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, Y no desprecies la dirección de tu madre”. Es la madre, así como el padre, quienes transmiten la ley al niño. Y su ley, por supuesto, debe ser la ley de Dios, y no debe ser contraria a ella.

Ahora, observe Proverbios 29:15, “La vara y la corrección dan sabiduría; Mas el muchacho consentido avergonzará a su madre”. Un niño sin restricciones avergüenza a su madre, ya que ella debería haber restringido al niño.

¡Un niño es un niño!

Leemos en Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. La Ryrie Study Bible comenta: “[Dice,] en el camino que debe seguir. Literalmente según su manera, es decir, los hábitos e intereses del niño. La instrucción debe tener en cuenta su individualidad e inclinaciones, y ser acorde con su grado de desarrollo físico y mental”.

Nuestros hijos crecen demasiado rápido. Apenas les damos tiempo para jugar y disfrutar de su infancia. No les permitimos perseguir sus intereses cuando son niños, sino que queremos que sean hombres o mujeres jóvenes demasiado pronto. Esto es especialmente cierto en la industria del entretenimiento, pero este concepto erróneo ha impregnado toda nuestra sociedad y pensamiento. Es costumbre en los EE.UU. y en muchas otras naciones occidentales llevar a un niño de cinco años, o incluso menos, a una escuela infantil para la comodidad de los padres. Muchos educadores alertan contra tal práctica, diciendo que es demasiado pronto para separarse de los padres.

Cuando miramos nuestras sociedades, especialmente en el mundo occidental, encontramos una forma de vida totalmente diferente a la que Dios pretendía. Leemos sobre el tipo de vida familiar que Dios pretendía, donde el padre estaría presente y disponible para enseñar a su hijo o a su hija. Pero en nuestro mundo moderno, el padre básicamente está ausente todo el día, trabajando en algún lugar fuera de casa.

Además, los niños se están llevando a escuelas infantiles a una edad temprana, separándolos aún más de las benévolas enseñanzas de sus padres cristianos. Y cuando, además de eso, las madres jóvenes van a trabajar y llevan a sus hijos a guarderías, entonces incluso la última influencia positiva restante de los padres cristianos en sus hijos también ha sido abolida.

Recuerde que se les exhorta a las mujeres jóvenes a amar a sus hijos y a ser amas de casa, para que la palabra de Dios no sea blasfemada (Tito 2:4–5). Dios les dice a las jóvenes que amen a sus hijos quedándose en casa con ellos. Su invaluable influencia sobre los niños para enseñarles el camino de vida de Dios no debe dejarse en manos de otros.

La cuestión es que necesitamos hacer todo lo que podamos, en este mundo que actualmente está gobernado por Satanás, para trabajar contra las influencias de Satanás. Si existen circunstancias excepcionales que obliguen a la joven madre a trabajar fuera del hogar, debe procurar de programar sus horas de trabajo de tal manera que pueda estar con sus hijos pequeños el mayor tiempo posible, pasando la mayor cantidad de tiempo posible con ellos.

Oportunidad y responsabilidad de la madre joven

Una madre joven tiene una gran oportunidad, así como una gran responsabilidad de educar a sus hijos en el camino que deben seguir. Y observe cómo la Biblia subraya esa responsabilidad y desafío en 1 Timoteo 2:15 [en la traducción literal], “Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y la santificación, con modestia”.

Una forma de entender este pasaje es que las mujeres, a través de la continuación de tener hijos, serán salvas (vivas)—es decir, no morirán prematuramente. Además, como señala la Ryrie Study Bible, la frase “salvada al tener hijos” también puede significar “que el mayor logro de una mujer se encuentra en su devoción a su función divinamente ordenada: ayudar a su esposo, tener hijos, y seguir un estilo de vida fiel y casto”.

Pablo también podría haber tenido en mente la satisfacción de la madre con sus hijos, si ellos continúan en un estilo de vida piadoso. Nótese cómo se traduce este pasaje en la Nueva Traducción Viviente: “Sin embargo, las mujeres se salvarán al tener hijos, siempre y cuando sigan viviendo en la fe, el amor, la santidad y la modestia”.

En otras palabras, es un verdadero gozo para una madre ver crecer a sus hijos dentro de las directrices de la Biblia y permanecer fieles a la palabra de Dios. En lugar de avergonzar a la madre, la madre tendrá una sensación de satisfacción por haber enseñado a sus hijos el camino de Dios y, por lo tanto, experimentará gozo y felicidad al ver que sus hijos permanecen en el camino correcto.

Podemos ver, entonces, que el papel de la mujer en la crianza de los hijos es sumamente importante. La madre debe enseñar a sus hijos buenos hábitos y, lo más importante, una buena comprensión de Dios y su ley.

El papel de la mujer bíblica en la crianza de los hijos

Notemos la influencia de las mujeres históricas en sus hijos, según consta en la Biblia. En muchos casos, sus esposos no compartían su creencia en Dios. Aun así, pudieron criar a sus hijos en “el temor de Dios”. Al leer esos pasajes, no deberíamos olvidar que las Escrituras nos dicen que los hijos SON santos o santificados, es decir, apartados para un propósito santo, incluso si sólo uno de los padres está convertido (compárese 1 Corintios 7:14). Esto significa que los hijos de un solo padre cristiano convertido tienen acceso a Dios. Dios PUEDE ser abordado y alcanzado por ellos—Él los escucha y ellos PUEDEN esperar respuestas de Dios.

Note el siguiente ejemplo de Acaz en 2 Crónicas 28:1–4: “De veinte años era Acaz cuando comenzó a reinar, y dieciséis años reinó en Jerusalén; mas no hizo lo recto ante los ojos de Jehová, como David su padre. Antes anduvo en los caminos de los reyes de Israel, y además hizo imágenes fundidas a los baales. Quemó también incienso en el valle de los hijos de Hinom, e hizo pasar a sus hijos por fuego, conforme a las abominaciones de las naciones que Jehová había arrojado de la presencia de los hijos de Israel. Asimismo sacrificó y quemó incienso en los lugares altos, en los collados, y debajo de todo árbol frondoso”.

Aquí tenemos una descripción de un rey muy malvado y perverso. Pero ahora, fíjese en lo que sucedió cuando murió y su hijo Ezequías se convirtió en su sucesor en 2 Crónicas 28: 27 y 2 Crónicas 29: 1–2, “Y durmió Acaz con sus padres, y lo sepultaron en la ciudad de Jerusalén, pero no lo metieron en los sepulcros de los reyes de Israel; y reinó en su lugar Ezequías su hijo. Comenzó a reinar Ezequías siendo de veinticinco años, y reinó veintinueve años en Jerusalén. El nombre de su madre fue Abías, hija de Zacarías. E hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre”.

Sorprendentemente, tal vez, a Ezequías le fue bien a pesar de que era hijo de un rey muy malvado. Esto debe atribuirse a la influencia positiva de su madre, Abías, a quien se menciona por nombre.

La historia continúa en 2 Reyes 20:21; 21:1–2, “Y durmió Ezequías con sus padres, y reinó en su lugar Manasés su hijo. De doce años era Manasés cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años; el nombre de su madre fue Hepsiba. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, según las abominaciones de las naciones que Jehová había echado de delante de los hijos de Israel”.

Ezequías había sido un rey justo. Su hijo Manasés, sin embargo, resultó ser uno de los reyes más malvados de la historia de Judá. Se convirtió en rey cuando tenía doce años. Su madre, Hephzibah, se menciona por nombre. Es obvio que su mala influencia fue altamente responsable de la mala conducta de su hijo Manasés.

Manasés fue seguido por su hijo Amón, otro rey malvado. Pero observe lo que sucedió cuando Josías, el hijo de Amón, se convirtió en rey, como se registra en 2 Reyes 22:1–2: “Cuando Josías comenzó a reinar era de ocho años, y reinó en Jerusalén treinta y un años. El nombre de su madre fue Jedida hija de Adaía, de Boscat. E hizo lo recto ante los ojos de JEHOVÁ, y anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda”.

Josías tenía ocho años cuando se convirtió en rey. Su madre es mencionada por nombre—Jedidah. Aunque fue hijo de un padre malvado, resultó ser uno de los reyes más justos y destacados que jamás ha existido (compárese 2 Reyes 23:25). Es obvio que su madre Jedidah lo había educado “en el temor del Señor”.

¿Podemos ver la enorme influencia positiva que una madre justa PUEDE tener en sus hijos? Entonces, ¿por qué tantas mujeres cristianas sienten hoy que hay tareas más desafiantes y gratificantes fuera del hogar que “simplemente” ser madre y ama de casa? Las mujeres que no quieren tener hijos porque no quieren dejar su trabajo o su carrera no siguen las instrucciones de Dios para ellas. Las mujeres que no quieren quedarse en casa con sus hijos pequeños porque no quieren dejar sus trabajos y sus carreras tampoco siguen las instrucciones de Dios para ellas. Comprenda que, por supuesto, no estamos hablando de mujeres que no pueden tener hijos o que no han encontrado un marido adecuado para casarse. Pero salvo eso, a los ojos de Dios, ser madre y estar en casa con sus hijos pequeños, es el mayor desafío, vocación, ocupación y carrera que pueda existir para una mujer.

Los roles de los niños

Para tener una familia cristiana feliz y exitosa, los niños también tienen un papel que desempeñar. Y todos nosotros somos niños, ya seamos jóvenes o ancianos. Todos tenemos padres. En algunos casos, nuestros padres pueden estar muertos, pero en muchos casos, nuestros padres, o al menos uno de los padres, todavía están vivos. ¿Qué responsabilidades y funciones tienen los niños?

¿Nuestros corazones están—los corazones de los padres y los hijos—vueltos unos hacia otros, como leemos en Malaquías 4:6? ¿Permitimos que Dios sane nuestras relaciones familiares si esas relaciones necesitan sanación? Si no vivimos cerca de nuestros padres, ¿tenemos contacto regular con ellos? ¿Les escribimos o les llamamos? ¿Hacemos tiempo para visitarlos? ¿Les mostramos respeto? ¿Estamos agradecidos por ellos y por lo que han hecho—y aún pueden hacer—por nosotros? ¿Les honramos como Dios manda?

“Obedeced a vuestros padres en el Señor”

Note las instrucciones claras que la Biblia nos da a nosotros, los hijos, en relación con nuestros padres. Pablo dice en Efesios 6:1–3: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. ‘Honra a tu padre y a tu madre’, que es el primer mandamiento con promesa; ‘para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra’”.

Como hijos, debemos obedecer a nuestros padres en el Señor. Esto significa que no debemos obedecerlos si no es en el Señor—es decir, si está en contradicción con los mandamientos de Dios—ya sea desde un punto de vista literal o espiritual. Una vez que un niño tiene la edad suficiente para comprender el modo de vida de Dios, debe seguir a Dios.

Cristo hizo precisamente eso. Les dijo a sus padres, cuando tenía doce años, que tenía que ocuparse de los negocios de su Padre (Lucas 2:49). Sin embargo, siendo un niño pequeño, permaneció obediente a su madre y a su padrastro (Lucas 2:51), cuando podía hacerlo sin violar la voluntad de Dios para él. Incluso como adulto, honró el deseo de su madre de convertir agua en vino (Juan 2:1–11). Sin embargo, no obedeció a su madre cuando fue contrario a la voluntad de Dios. Cuando estaba ocupado enseñando y su madre le pidió que saliera de la casa para verla, él se negó (Marcos 3:31–35; Mateo 12:46–50). Sin embargo, Él siempre honró a sus padres. Mientras estaba colgado en la cruz, se aseguró de que Juan, el discípulo con quien tenía una relación muy estrecha, cuidara de su madre (Juan 19:25–27). Debemos seguir ese ejemplo. Nunca hay excusa para no honrar a nuestros padres (Levítico 19:3; Deuteronomio 5:16; Éxodo 20:12). Después de todo, sin ellos, ni siquiera existiríamos.

Nótese también Colosenses 3:20, “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor”. Debemos obedecer a nuestros padres en todo, a menos que las instrucciones de nuestros padres contradicen la letra o el espíritu de la Palabra de Dios. Nunca agrada a Dios si lodesobedecemos. Discutimos que las esposas no pueden desobedecer a Dios al obedecer a sus esposos. De la misma manera, los hijos tampoco deben obedecer a sus padres, si esto viola la Ley de Dios. No deben mentir ni robar ni matar ni nada por el estilo en “obediencia” a las “órdenes” de sus padres.

¡La armonía entre padres e hijos ES posible!

Nótese Filipenses 2:22, en la Palabra de Dios para Todos (PDT): “Pero ustedes ya conocen los méritos de Timoteo, él me ha ayudado a anunciar la buena noticia de salvación como un hijo que sirve a su padre”.

Ahora, este es un pasaje muy interesante. Representa una relación armoniosa entre padre e hijo. Ambos trabajan juntos. Ambos están dispuestos a trabajar juntos. El hijo no es demasiado orgulloso para estar bajo la autoridad de su padre, y si el padre es amable, amoroso y servicial y, al mismo tiempo, justo y piadoso, entonces no hay razón por la cual el hijo no quiera estar bajo la autoridad del padre, dispuesto a honrarlo y obedecerlo.

Los niños cristianos no deben desarrollar el tipo de actitud que prevalece en el mundo occidental hoy, donde los niños quieren gobernar a sus padres. Dese cuenta de cuál sería la consecuencia, como se registra en Isaías 3:5, si los padres no trataran inmediatamente con tal actitud de sus hijos hacia ellos, “el pueblo se hará violencia unos a otros, cada cual contra su vecino; el joven se levantará contra el anciano [mayor de edad], y el villano [despreciado, menospreciado] contra el noble”.

Citamos Isaías 3:12 anteriormente para mostrar que Dios no quiere que una mujer gobierne a su esposo. Dios también nos dice en ese pasaje, “Los opresores de mi pueblo son muchachos, y mujeres se enseñorearon de él…”

Los verdaderos cristianos son el pueblo de Dios. ¿Este pasaje en Isaías 3:12 describe a los verdaderos cristianos de hoy? ¿Los niños son nuestros opresores y permitimos que nuestras esposas gobiernen sobre nosotros? Si es así, ¡será mejor que cambiemos esto rápidamente! Los caminos de Dios se nos revelan muy claramente. Las mujeres no deben gobernar a sus maridos, y los hijos no deben oprimir a sus padres. Solo si todos entendemos y llevamos a cabo nuestras respectivas funciones correctamente, habrá matrimonios y relaciones familiares verdaderamente felices y exitosas que sean bendecidas por Dios.

¡Los niños necesitan respetar a sus padres!

Nótese Hebreos 12:9, “Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos”.

Pablo hace esta declaración como si fuera una realidad de vida evidente y universalmente aceptada. Y aparentemente en el momento que Pablo escribió esto era así. Desafortunadamente, en nuestras sociedades hoy en día, el respeto por los padres no es evidente y, de hecho, es raro. ¿Cuántos niños respetan a sus padres hoy? ¿Cuántos hijos respetan la enseñanza de sus padres y aceptan su corrección? ¿Los niños respetan las reglas de la casa? ¿O tienen total desprecio por ellos? Incluso como adultos, cuando visitamos a nuestros padres ancianos, ¿respetamos sus deseos? ¿O insistimos en amoldarlos a nuestra manera, para nuestra conveniencia?

Echemos un vistazo a algunas advertencias en el libro de Proverbios que nos dicen cómo tener una relación correcta con nuestros padres. Estas valiosas instrucciones se aplican a todos nosotros como niños, jóvenes o mayores.

Nótese Proverbios 19:26, “El que roba a su padre y ahuyenta a su madre, Es hijo que causa vergüenza y acarrea oprobio”. Es una acusación terrible contra nuestra llamada sociedad occidental “cristiana” que hay demasiados casos de abuso de los padres, donde los hijos e hijas realmente golpean a sus padres, o se niegan a ayudarlos, o incluso los ahuyentan cuando están viejos y dependientes. Esta conducta, si es hecha por verdaderos cristianos, trae reproche a la palabra de Dios.

Proverbios 20:20 dice: “Al que maldice a su padre o a su madre, Se le apagará su lámpara en oscuridad tenebrosa”. Maldecir a nuestros padres es lo opuesto a honrarlos. Nunca debemos maldecir a nuestros padres, ni siquiera en nuestros pensamientos. Si no nos arrepentimos, seremos visitados repentinamente por la calamidad, como dice la Escritura.

Proverbios 23:22 señala: “Oye a tu padre, a aquel que te engendró; Y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies”. Dios usó a nuestros padres para darnos vida. Sin ellos, no existiríamos. Necesitamos escucharlos. Han existido mucho más tiempo que nosotros, y no los despreciemos ni los menospreciemos cuando sean mayores. Si nuestros padres tienen formas “extrañas” de hacer las cosas—que así sea. No desarrollemos una actitud de despreciarlos. Eso sería muy peligroso para nosotros, espiritualmente hablando.

Nótese Proverbios 30:11, “Hay generación que maldice a su padre y a su madre no bendice”. ¿Bendecimos a nuestros padres? ¿Nos ocupamos de que sean felices? ¿Nos tomamos el tiempo para agradecerles por lo que hicieron y siguen haciendo por nosotros? Una cosa es no maldecirlos, pero ¿realmente los bendecimos? ¿Y les hacemos saber que los estamos bendiciendo? ¿Les ayudamos cuando lo necesitan? ¿Estamos profundamente agradecidos por lo que están haciendo y han hecho por nosotros?

Proverbios 30:17 nos dice: “El ojo que escarnece a su padre y menosprecia la enseñanza de la madre, los cuervos de la cañada lo saquen, y lo devoren los hijos del águila”.

¿Alguna vez ha escuchado a jóvenes decir: “¿Qué—realmente obedeces a tu madre? ¿Realmente haces lo que ella te dice que hagas? Oh, vamos, ¿en qué mundo estás viviendo? ¿Tienes respeto por tu ‘viejo’? Estamos viviendo en el siglo XXI, ya sabes. Ese tipo de cosas son antiguas”. ¿Pero de verdad es así? Dios nos ruge, si los corazones de los padres no se vuelven hacia sus hijos, y si los corazones de los hijos no se vuelven hacia sus padres, ¡entonces Dios ni siquiera preservará con vida a la humanidad! Afortunadamente, algunos responderán al desafío de Dios, ya que se nos dice que Dios salvará a la humanidad de la destrucción total (compárese Mateo 24:22).

¡Utilice estas claves!

Hemos visto en la Biblia las claves vitales para matrimonios y familias felices. Dios quiere que la humanidad aplique sus leyes perfectas para su propio bien. De hecho, si lo hacemos, Dios estará presente en nuestro matrimonio y en nuestra familia, guiándonos y protegiéndonos mientras tratamos de seguir su ejemplo. En Isaías 66:2, Dios promete ayudarnos, si tenemos una actitud que le agrada a Él, “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”.

En el libro de Malaquías, Dios toma nota especial de aquellos que le temen o respetan y que estiman su nombre. Considere lo que Dios le dice a esa gente, “…y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve” (Malaquías 3:17).

Dios se revela en la Biblia como nuestro Padre (compárese Mateo 6:9; 23:9). Él quiere que su familia sea feliz, y la forma en la que podemos hacerlo es aplicando sus claves que nos ha revelado para este tremendo propósito.

Se nos ha dado el maravilloso privilegio de saber CÓMO podemos mejorar nuestras relaciones matrimoniales y familiares. ¡Pero con el conocimiento viene la responsabilidad! ¡Necesitamos ACTUAR con lo que sabemos! En lugar de ser oidores o lectores olvidadizos, convirtámonos en HACEDORES de la Palabra de Dios (Santiago 1:22–25). Y si hacemos eso, el producto serán relaciones felices y exitosas, y nuestros matrimonios y familias se estabilizarán y durarán.

Ahora depende de nosotros responder al desafío de Dios—¿vamos a aplicar la Palabra de Dios en nuestras vidas o no? Nuestra propia supervivencia física y espiritual—así como la supervivencia de nuestras familias—¡dependerá de ello!

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